La educación, en su concepto más radicalmente genuino, es
inseparable de la dimensión axiológica que la configura como
un componente intrínseco e ineludible. En virtud de ello
necesitamos reivindicar la función ética de la escuela y
fortalecer la dimensión formativa del actor educador, postergada
en los últimos tiempos por la preponderancia de un enfoque
técnico-academicista. No pocas veces hemos caído en una
unidimensionalidad gnoseológica del aprendizaje. La
prevalencia de una concepción instrumental del conocimiento,
afincada en una epistemología positivista y en una lógica de la
gestión y del rendimiento empresarial medidas en términos de
eficiencia y eficacia, nos ha llevado a instruir en toda suerte de
habilidades técnicas y destrezas sociales, con grave descuido
de la dimensión moral de la educación y de una concepción
integral de la formación de la persona.
inseparable de la dimensión axiológica que la configura como
un componente intrínseco e ineludible. En virtud de ello
necesitamos reivindicar la función ética de la escuela y
fortalecer la dimensión formativa del actor educador, postergada
en los últimos tiempos por la preponderancia de un enfoque
técnico-academicista. No pocas veces hemos caído en una
unidimensionalidad gnoseológica del aprendizaje. La
prevalencia de una concepción instrumental del conocimiento,
afincada en una epistemología positivista y en una lógica de la
gestión y del rendimiento empresarial medidas en términos de
eficiencia y eficacia, nos ha llevado a instruir en toda suerte de
habilidades técnicas y destrezas sociales, con grave descuido
de la dimensión moral de la educación y de una concepción
integral de la formación de la persona.
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